Mi peregrinaje espiritual II

La ventana católica

Como decía anteriormente, mi regreso a la iglesia Centroamericana resultó ser insatisfactorio, por lo que decidí examinar los contra-argumentos del lado carismático, y encontré una erudita defensa en el libro «Apagando el Espíritu» del episcopaliano William Dearteaga.

Este fue un libro que me abrió una nueva perspectiva histórica de la iglesia cristiana, a tal punto de que llegué a cuestionar algunos prejuicios anticatólicos que como evangélico tenía.

Se había abierto una puerta en mi mente.

Me interesé por las biblias católicas, las que me causaron una impresión favorable por su erudición en sus notas a pie de página. Leí libros de apologética católica y me encontré a mí mismo pensando que a pesar de la impresión de superstición que pueda dar la religiosidad popular, la doctrina católica en su conjunto era más abierta y razonable que la evangélica.

Al abandonar el anticatolicismo sentí que una carga se caía de mis hombros. Esto es por que vivo en un país mayoritariamente católico, y no es sano tener una opinión tan negativa de tantas personas con las que uno convive.

La divinidad de Cristo

Luego alguien me prestó una literatura de los «Testigos de Jehová» concerniente a la divinidad de Cristo.

La verdad es que nunca simpaticé con esta secta principalmente por su actitud odiosa y arrogante, cuando no disimulada, que percibía en sus seguidores.

Pero estaba dispuesto a tener una mente abierta y examinar los argumentos específicos sobre este tema para proceder a refutarlos.

La sorpresa fue que el refutado era yo, y que no habían textos bíblicos concluyentes que sostuvieran la divinidad de Cristo.

Esa noche no pude dormir. Mi sistema de creencias se me venía encima.

Pero ni siquiera consideré la posibilidad de hacerme «testigo». Tan detestables me parecían ellos, y tan aberrantes el resto de sus doctrinas.

Tampoco podía pensar en regresar al redil evangélico. La creencia en la divinidad de Cristo era allí esencial.

Mi fe cristiana por ese tiempo era algo muy personal. Apreciaba el aporte de otros cristianos, aunque no compartía todas sus doctrinas. Era un cristianismo sin iglesia. Estaba de nuevo en otra posición inestable.

Teología de la liberación

Luego leí sobre la teología de la liberación y observé que se enfocaba más en asuntos políticos y económicos que doctrinales, lo que tenía la ventaja de hacer la fe relevante para los temas de actualidad.

Esto es algo que capturó mi atención como fundamentalista.

El uso de métodos de análisis sofisticados para enfocar los textos bíblicos desde un punto de vista más académico que devocional, al grado que se cuestionan unas tradiciones cristianas tan respetadas como la autoría de muchos de los textos canónicos y el sugerir que ciertos relatos milagrosos no eran más que fabricaciones piadosas.

Pero lo que se pierde de fe sencilla se gana en profundidad y relevancia.

Los «otros» teólogos protestantes

Después de haber saboreado la riqueza de la teología católica decidí buscar de nuevo mis raíces protestantes, percatándome de que estos teólogos católicos en realidad estaban construyendo su teología sobre el trabajo anterior de teólogos protestantes.

Pero estos teólogos no se parecían en nada a los predicadores a los que estaba acostumbrado.

Estos señores eran realmente unos pensadores e intelectuales.

Algunos fundamentalistas les llaman despectivamente «teólogos liberales». Me estoy refiriendo a autores como Rudolf Bultmann y Paul Tillich.

Algunos de estos señores incluso llegaron a formular una teología de la muerte de Dios(Altizer).

Estas críticas tan corrosivas estaban animadas por la buena intención de salvar lo esencial del cristianismo que se pensaba envuelto en los ropajes de las creencias supersticiosas antiguas. Al quitarse estos harapos aparecería un mensaje todavía relevante para el hombre moderno. Este mensaje constituiría el núcleo de lo que llamamos evangelio o kerigma. A este proceso Bultmann le llamaba «desmitologización».

En este punto me sentía desligado del protestantismo que me era familiar, y de nuevo me sentí atraído por la Iglesia Católica. Pero uno no puede simplemente ser un converso católico y abrazar ideas tan heréticas, por no decir impías. Y como nunca fui un creyente católico, no podía tampoco ser un hereje nostálgico, a lo más un simpatizante.

Era natural en este punto que abandonara mis creencias bíblicas por obsoletas y contradictorias y me quedara con una vaga espiritualidad.

¿Existe Dios?

Así las cosas solo me quedaba examinar los argumentos tradicionales de la existencia de Dios, y los encontré un tanto endebles.

El tiro de gracia me lo dio el libro Por qué no soy cristiano de Bertrand Russell, que encontré en un puesto de libros usados.

Luego de leer y meditar en este libro, decidí que el ateísmo era la postura más adecuada.

Pero en este punto sentí un gran vacío y una gran nostalgia…

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