El Via Crucis

Por: Carmen Fiallos

El ejercicio del Santo Via Crucis es un acto conmovedor porque recordamos el recorrido que nuestro Señor hizo por la calle de la amargura regando con su preciosa sangre aquella Via Dolorosa, en esta última jornada de su vida mortal partiendo del pretorio de Pilatos.

Primera Estación:

Pretorio y casa de Pilatos. El gobernador de Judea, Poncio Pilatos, pronunció la sentencia de muerte contra el inocentísimo Jesús, después de haber sido cruelmente azotado, burlado y coronado de espinas.

Segunda Estación:

A veintiséis pasos recibe la cruz. Jesús tomó sobre sus hombros el pesado madero de la cruz, con dirección al Calvario, aceptando esa cruz como símbolo del peso de nuestros pecados, por redimirnos del demonio y del infierno.

Tercera Estación:

A ochenta pasos primera caída en esta calle de la amargura debilitado el Redentor por los tormentos de la noche pasada y por la sangre derramada por la flagelación, sin poder sostenerse en pie cayó por primera vez en tierra, renovándosele al golpe sus lastimosas llagas.

Cuarta Estación:

A sesenta pasos encontró la Virgen a su Hijo Santísimo. De las escenas más tiernas y conmovedoras, el encuentro del Señor con su Madre Santísima. Si aquellas piedras que recibieron las lágrimas de María pudieran hablar, ¿qué nos dirían de la desgarradora escena? ¿Qué dolor experimentaría su maternal corazón al descubrirle como si hubiese sido malhechor conducido al patíbulo con su cuerpo destrozado por los azotes, sus ojos velados por las lágrimas y la sangre? Siglos antes el profeta Jeremías había dicho: VASTO ES COMO EL MAR tu dolor inmenso.

Quinta Estación:

A sesenta y un pasos carga la cruz el Cirineo. Agobiado por el peso de nuestras culpas, como sin fuerzas para tanta cruz, permitió la ayuda del Cirineo para que conociésemos la gravedad de los pecados.

Sexta Estación:

A ciento noventa pasos, limpia el rostro la piadosa mujer. La piadosa Verónica movida a compasión le limpia el rostro del sudor, polvo y asquerosidades de las sacrílegas salivas de los judíos.

Séptima Estación:

A trescientos treinta y tres pasos cayó por segunda vez con la cruz. Jesús nuestra vida cayó por segunda vez en tierra, atropellado por los golpes y empujones de la desalmada soldadesca.

Octava Estación:

A trescientos cuarenta y ocho pasos consuela a las piadosas mujeres. Las compasivas mujeres de Jerusalén lloraron enternecidas al ver el lastimoso estado del Señor, y él las consoló. “No lloréis por mí, llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos”.

Novena Estación:

A ciento sesenta y un pasos cayó por tercera vez. Llegado al pie del Calvario, la debilidad y los agudísimos dolores por un parte, y por otra el tristísimo pensamiento de que aquella sangre derramada sería inútil para muchos, cayó en tierra la tercera vez.

Décima Estación:

A dieciocho pasos la desnudez, hiel y vinagre. Llegado el momento en el Calvario le arrancaron las sagradas vestiduras que estaban pegadas a su ensangrentado cuerpo, arrancándole también la piel, renovándole todas las heridas, le ofrecieron vino mezclado con mirra, más él no lo tomó. Cuando nació, su Madre recibió el regalo de mirra y lo aceptó como símbolo de la muerte redentora de su Hijo. A su muerte rehusaría la mirra que había de amortiguar la razón de su venida a este mundo.

Undécima Estación:

A doce pasos la crucifixión. Obedeciendo hasta la muerte tiende su inocentísima humanidad sobre el lecho de la cruz para ser clavado en ella de pies y manos, quedando en medio de dos ladrones.

Duodécima Estación:

A catorce pasos, misterios de la cruz en que muere. Aquí murió el Redentor Jesús bañado en su misma sangre, abiertos los brazos de misericordia, murió por el amor del hombre.

Decimotercera Estación:

A cinco pasos de la Virgen y del descendimiento. Los clavos que le quitaron por segunda vez traspasaron el corazón de María. Descendido el cuerpo difunto del divino crucificado, lo recibe su Madre en el regazo.

Decimocuarta Estación:

A treinta pasos del Santo Sepulcro. Aquí fue el lamentable ocaso en que Jesús sepultó la inequidad de nuestras culpas atravesando al mismo tiempo con agudo dolor el corazón de María.

Tomado de diario La Tribuna, del 27 de marzo del 2,010.