Lámparas Eternas

Por: Augusto Irías Cálix

Lámparas eternas y ardientes se les han llamado a aquellas que han mantenido su luz durante milenios. Aún son un misterio y existen pruebas evidentes de su existencia. Son lámparas que han permanecido miles de años sin apagarse, que los arqueólogos han encontrado encendidas en las tumbas de famosos personajes históricos, y que por tratar de averiguar el origen de su existencia, las despedazaban sin poder descubrir ese misterio.

Thomas de Corneilles dice en su «Dictionnaire des arts et des sciences»: (Diccionario de Artes y de Ciencias): «Que en el año 1.401 un campesino encontró cerca del Tiber, una lámpara de Palas que había ardido más de dos mil años, como se comprobó en la inscripción que había en ella, sin que nadie hubiera podido apagarla. La llama se extinguió en cuanto se practicó un pequeño orificio en la tierra que la cubría».

También se comprobó, que en tiempos del pontífice Pablo III, quien vivió entre (1534 a 1549), quien excomulgó a Enrique VIII, Rey de Inglaterra, y que aprobó los estatutos de la compañía de Jesús, creada por San Ignacio de Loyola; se descubrió en la tumba de Tulia, hija de Cicerón, «el padre de la patria», una lámpara pequeña que estaba ardiendo con una llama viva; y aquella tumba no había sido abierta hacía mil quinientos años!

Estas lámparas, llamadas también perpetuas o inextinguibles, decían los antiguos que estaban hechas con un elixir líquido puesto en estado radiante en el vacío, sin aire, naturalmente; y por ello algunas se apagaron al ser descubiertas y ponerse en contacto con el aire. Sólo se colgaban en las «sepulturas más pomposas», dicen los viejos textos; y así tributaban un alto honor a los más ilustres personajes de la época, proporcionándoles luz para la eternidad.

Existen algunas antiguas leyendas que relacionan esta costumbre con la alquimia, afirmando que estas lámparas eran en lo antiguo, «ojos» de la bestia de fuego muerta en el campo de batalla por el Carámbano, conocido también con el nombre de Rémora, el cual supuestamente era un animal misterioso de las profundidades del mar Glacial, cuya frialdad mata a cuantos se le acercan.

Otro caso muy interesante es el del templo de Trivandrum, en Travancore, al sur de la India; donde se descubrió una lámpara de oro que se hallaba encendida «en una cavidad cubierta por una gran piedra», desde hacía más de ciento cincuenta años, y el reverendo Sam Mateer, de las misiones de Londres, que la descubrió, afirma que aún está ardiendo.

El fundador de la Orden Rosacruz, el alemán Christian Rosenkrantz, que vivió 120 años. Murió en 1484, y según sus instrucciones su sepultura debería permanecer ignorada «hasta que llegasen los tiempos». En 1.604 alguien que penetró fortuitamente en la gruta, vio brillar una luz, se acercó a ella y descubrió el sepulcro iluminado. En la gruta se encontraron lámparas ardientes llamadas «eternas», campanillas de oro y libros como el «Microcosmos» de Paracelso. En la pared estaba escrita la profecía: «Después de ciento veinte años seré descubierto».

En las tumbas de los faraones de Egipto, de Pitágoras, Platón, de Polícrates, de Temístocles, de Zaratustra, de Asclepios, etc., se han encontrado estas lámparas eternas. En las profundidades de los templos iniciáticos de las grandes pirámides, como las de Keops, Kepren y Mikerino se cree que se iluminaban con pinturas fosforescentes en las paredes, ya que no se han encontrado vestigios de humo de antorchas.