Alabanza Bendita a las Tres Hierbas
Albahaca, ruda y romero
de la tierra y Dios consagradas,
que por virtud silvestre nacieron
y no fueron por manos sembradas.
Albahaca, ruda y romero,
por el secreto que Dios les ha dado,
retiren de mi hogar cuanto hechicero
me haya enfermado
y venga lo sano que Dios ha creado.
Albahaca, ruda y romero,
por tus secretos y virtudes;
destierro con tus humos primeros
los espíritus malévolos
con sus actitudes.
Oración a las hierbas medicinales
Hubo un tiempo en que las hierbas eran diosas: númenes benévolos al servicio del género humano, descendencia generada por el prolífico útero de la Madre Tierra, herramienta de salud alquímica. La tierra húmeda era su altar; el hombre, criatura frágil, su fiel adepto.
¡Oh hierbas poderosas, ahora dirijo mi oración a todas vosotras!
Imploro vuestra autoridad, vosotras a las que la Madre Tierra
ha generado y ofrecido como un regalo a la humanidad:
Ella ha reunido remedios y poderes curativos en vosotras,
para que seáis siempre de mucha ayuda
para toda la raza humana.
Por esto os suplico y os ruego: venid,
acercáos más rápidamente con vuestras virtudes,
porque Ella, quien os creó, me ha concedido
cosecharos, y además es favorable a quien
ha confiado el arte medico. Y en la medida en que
vuestra virtud tiene el poder, asegura el remedio
que sirve a la salud. Os ruego que me concedáis la gracia
con vuestra fuerza, para que en cada situación,
todo lo que he hecho en vuestro nombre,
a quienquiera que os haya administrado, garantice el éxito
y el rápido efecto. Que siempre me sea lícito.
con el favor de vuestra autoridad,
cosecharos…
Os ofreceré los frutos de la tierra y os daré gracias
en el nombre de la Madre que estableció que hayáis brotado.
La preservación accidental de cuatro manuscritos de herbarios antiguos (el más antiguo es del siglo VI d.C.) nos ha dado la sobrevivencia de este breve fragmento poético en latín, una invocación a las hierbas conocida como Precatio omnium herbarum. No es la única en su género, pero sin duda está entre las afirmaciones más conmovedoras de la devoción del hombre antiguo al poder terapéutico inherente en la naturaleza. Nada más espontáneo, para la visión mágica y animista que es propia del sentido religioso más arcaico, que invocar a los dioses en sus formas arbóreas, simulacros capaces de sacrificar al hombre una corporeidad vegetal ofrecida para ser rota, cortada, recogida, transformada y utilizada en forma de remedio medicinal.
La invocación insistente a la majestad y a las virtudes de las hierbas medicinales se da en el nombre de una madre, Mater Tellus, que ha predispuesto el orden del cosmos. Por lo tanto, no es casualidad si este fragmento viene acompañado en las diferentes redacciones por una segunda oración, la Precatio Terrae, una intensa invocación a una deidad tan antigua como el hombre: la sagrada Tierra, el árbitro de la naturaleza y de todo lo vital, la que todo genera y regenera. Una diosa dispensadora de múltiples regalos que, en la poderosa imagen del himno, surge del caos primordial para traer de vuelta la luz y ahuyentar a la noche. Comanda vientos, lluvias y turbulencias, pero entre sus propios brazos la naturaleza puede volverse silenciosa para acomodarse al descanso invernal. Vida y muerte son sus dos dominios, porque cuando el alma se retira del cuerpo encuentra refugio en ella. Todo lo que ella dispensa, hacia ella vuelve al final.
La belleza y la fuerza poética de estos textos nos abren una visión que con toda evidencia pertenece a una religión mucho más antigua en comparación con los acontecimientos editoriales que los produjeron y a los manuscritos que nos los han transmitido. Poseen el sentido de asombro y la reverencia de los tiempos en que el diálogo con lo sagrado no pasaba por la mediación de las deidades antropomorfas: tiempos en en los que el hombre estaba cerca de la forma más pura de Dios. Extraer la hierba medicinal de su tallo significaba aceptar el sacrificio del principio divino concentrado en él: el acto de oración era su necesario homenaje de gratitud. Y también es posible imaginar que estos himnos fueran recitados en la acción misma de la cosecha, en la modalidad de un rito mágico y propiciatorio dirigido a la activación de la virtud terapéutica de la planta y su transformación en fármacon.
Amadas hijas de la madre primordial, las hierbas esconden en su aparente fragilidad y escasa presencia el misterio divino de la curación. La literatura sobre invocaciones a base de hierbas es tanto rica como desconocida, y se nutre desde de las referencias de los papiros egipcios mágicos hasta las páginas de los herbarios de la tardía latinidad, donde las oraciones botánicas aún encuentran espacio, residuos de una arqueología sagrada que ha sobrevivido debido a la afortunada casualidad entre las reglas de la nueva medicina racional. Así aparece en el Corpus Medicorum Latinorum una invocación atribuida a Antonio Musa, médico del emperador Augusto, dedicado a la hierba betónica, magna herbarum, capaz de curar 47 enfermedades diferentes. Y de nuevo, en un apéndice de los códices del Herbario del Pseudo-Apuleio, la proserpinaca, o serpentaria, hierba reguladora del malestar menstrual femenino, es llamada a realizar hechizos («encantar»), y de manera similar se invoca a la sandía, la albahaca, el perejil, la hiedra, la menta, el eneldo, la ruda…
Lo que sucedió después es una historia más conocida. Los dioses del Olimpo helenístico, nuevos huéspedes de un espacio geográfico y cultural de sustrato muy antiguo, procedieron a una repartición de los territorios del imaginario sagrado. Los profundos símbolos arbóreos y las plantas fueron engullidos por este nuevo orden de apropiación, acabando siendo asignado por una fuerza de atracción a la esfera de deidades individuales o personalidades heroicas. A cada planta, cada hierba, se asigna ahora un valor mágico, un valor farmacéutico relacionado a la dimensión simbólica de un dios o una diosa. Su filiación arquetípica va a constituir lo que podríamos definir como una biografía mítica de la propia planta, que se enriquece en el marco de un anecdotario etiológico. En una especie de catálogo mitológico encontramos conjugadas las plantas del inframundo, las hierbas apolíneas y solares, las afrodisíacas, dominio de Venus, las donadas por Hermes, encontradas por Prometeo, descubiertas por Heracles. Según un principio de simpatía simple como el perejil, el poder abortivo de la menta y el sauce, antigenerativos y anafodisíacos, serían asignados a la dioses inferiores, y todas las plantas afrodisíacas a Venus.
Los ejemplos podrían multiplicarse en una hagiografía arbórea rica en matices. La hierba de San Juan, al haber nacido de las gotas de sangre del orgulloso Prometeo, demuestra ser capaz de curar en el hombre la tendencia a la megalomanía. La amapola, que seda y calma los afanes, es sagrada para Demeter, la diosa que sufrió el atroz sufrimiento de la separación de su hija Kore, quien fue secuestrada por el tenebroso Hades. La caléndula, nacida de las lágrimas de Venus afligida por la muerte del joven amante Adonis, tiene la virtud de curar los dolores del amor. El adianto, como recuerda a la corona de la diosa, es un remedio contra la caída del cabello.
Rito, asociación mítica y propiedades medicinales se juntan en una relación indisoluble. Incluso las fórmulas de oración, en esta nueva reinterpretación del imaginario sacro, se reorganizaron. La hierba o la planta se cubre de sacralidad porque está vinculada a los eventos míticos del dios que la descubrió o la recogió por primera vez: vino de su sangre o de sus lágrimas, o es el resultado de la metamorfosis divina de una ninfa o de una criatura amada. Con el paso de los siglos, la fuerza de este universo mítico no se ha extinguido, vertiéndose en el horizonte de la tradición popular cristiana, donde las antiguas invocaciones propiciatorias continuaron asociándose con el momento de la cosecha de hierbas medicinales. Los contenidos fueron absorbidos por el imaginario cristiano, y la activación terapéutica de la planta a menudo se asoció con la cosecha por primera vez en el Monte Calvario, un nuevo ónfalo virtual, o de haber curado las heridas de Jesús. Se renueva el sentido de la cosecha como un acto ritual primordial, a través del cual la hierba, saturada de lo sagrado, puede acceder a la dimensión de planta cósmica. Sobrevive en estos gestos ancestrales la antigua certeza de Thales: «todas las cosas están llenas de dioses».
Erika Maderna – En colaboración con Aboca: [www.abocamuseum.it]