Oración de la Túnica de Jesús para sanación

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Mi Señor y mi Dios, tu virtud se manifestó en la curación de los enfermos, de los lisiados, de los ciegos, de los sordos y de los mudos.

Por el simple toque de tu túnica, has curado las enfermedades más graves.

Confiando en tu eterno poder sobre la vida y la muerte, humildemente prosternado ante la sagrada túnica,
que otrora cubría tu Santa humanidad;
lleno de la más viva fe, de la más entera confianza, del amor más tierno,
me atrevo a dirigirte la elocuente oración de las Hermanas de Lázaro justificadamente alarmadas por el estado de salud de su hermano.

Como ellas, yo te diré: «Señor, aquel a quien amas está enfermo».
Ten piedad de mí, Jesús, según tu misericordia.
Lanza una mirada paternal sobre tu hijo.
«Si quieres puedes curarme». Acepta mi petición.
Soberano Señor de la Naturaleza, dime, como dijiste a los leprosos, «Quiero, estás curado».

Pero Señor, sé que todas las enfermedades humanas tienen su origen en el pecado.

¿Puedo pedirte la curación de mi cuerpo, sin suplicarte que me concedas también la curación de las enfermedades de mi alma?

«Oh, Jesús, Hijo de David, haz que yo te vea», así como también mis pecados y tu bondad, mis ingratitudes y tu amor, tu justicia y tu misericordia.

Bondadoso médico, cura mi sordera. Haz que te oiga y con docilidad escuche las lecciones de tu palabra. No permitas que quede sordo a tus dignas inspiraciones, ni a los remordimientos de mi conciencia.

Oh Creador mío, suelta mi lengua, muda hace tanto tiempo, para que de ahora en adelante cante tus alabanzas.

Que mi voz defienda tu ley santa, que yo hable claramente para confundir los desastrosos proyectos de la impiedad y de la incredulidad.

Mi Redentor, levantaste a una mujer que hace dieciocho años estaba encorvada hacia la tierra.

Como ella, estoy cansado. Como ella siempre estoy encorvado hacia la tierra, veo sólo las ventajas y las riquezas de la tierra, busco siempre los placeres y los deleites de la tierra.

Tú que eres el Buen Pastor, aclara mi espíritu, toca mi corazón.

Haz que mis suspiros se eleven hasta ti, concédeme contemplar la herencia de tus elegidos y de mostrarme de lejos esa eterna patria, cuya conquista quiero hacer a toda costa.

Mi tierno Padre, ayúdame en mis esfuerzos. Ayúdame a caminar y al fin llegar hasta donde Tú estás. Veme entre la multitud que me rodea.

Dígnate curar las enfermedades de este cuerpo que, en breve, será sólo cenizas y polvo.

Te suplico un primer milagro, la cura de mi enfermedad, de mis dolencias; añadiendo un segundo milagro, la curación de las llagas de mis ojos fuentes de lágrimas.

Dime aquellas palabras que dijiste al paralítico: «Hijo mío, ten confianza, tus pecados te son perdonados, toma tu lecho, levántate y anda».

Que así sea.

Rezar un Credo y un Padre Nuestro.