Día de Difuntos
Hoy fui al lugar preparado para nuestra tumba familiar. El lugar donde reposarán mis restos mortales y el de mis padres.
Mi madre me dijo que hay mucha gente a la que no le gusta pensar en la muerte, pero es lo único seguro en esta vida.
La muerte puede venir cuando uno menos lo espera. Venimos de paso por este mundo.
Pero la vida en este cuerpo físico no es todo lo que hay. La muerte en realidad no existe, la vida continúa, pero de otra manera.
Si venimos de paso por este mundo, no debemos aferrarnos a la gloria de este mundo. Debemos vivir nuestra vida con responsabilidad ética, por que nuestras acciones -malas o buenas- volverán para alcanzarnos.
La otra vida no tiene nada que ver con calaveras y monstruos. La cultura popular ha llegado a caricaturizar la muerte, lo que se puede observar en festividades como Halloween, y la celebración del Día de Difuntos en México, que contiene elementos pre-hispánicos que le rinden culto a la muerte.
Estas celebraciones pueden ser divertidas, pero no nos ayudan a tener una conciencia más elevada sobre la realidad de la vida después de la muerte.
El culto a la Santa Muerte es absurdo. No tiene sentido personificar un proceso natural. No nos irá mejor a la hora de partir al otro mundo por haberle rendido culto a este ser ficticio.
Pero tampoco hay que caer en la demonización de estas prácticas, como hacen muchos evangélicos, y no pocos católicos. Uno puede tener cierto gusto por lo macabro y lo mórbido, en cuestiones de arte y entretenimiento, sin dejar de ser una persona sana y recta. Una persona normal puede distinguir entre realidad y ficción, y lo que se hace en juego de lo que se hace en serio.
No se puede decir con justicia que todas las personas que participan en celebraciones de Halloween o celebraciones folklóricas mexicanas a la muerte rinden culto al diablo. No es pecado participar en estas celebraciones cuando no hay malas intenciones.
Los fanáticos religiosos tratan de alentar un temor exagerado a estas prácticas para llevar agua a su molino, reclutar más adeptos y consolidar a los que ya tienen por medio del miedo. Los orientadores espirituales genuinos no recurren a estas prácticas tan torpes.
El visitar las tumbas de seres queridos que ya han partido, y depositarles flores, coronas fúnebres y arreglos florales puede que resulte más útil para los vivos que para los muertos. Puede que los cementerios no sean el lugar favorito para los espíritus desencarnados. Es improbable que las almas se identifiquen con ese cuerpo descompuesto.
Pero en cambio, para nosotros los vivos, visitar la tumba de un ser querido puede representar un punto de contacto con esa persona que ya ha cruzado el umbral. También podemos recurrir a la práctica de hacer un pequeño altar con la fotografía del difunto, y ofrecerle flores y oraciones escritas. Pasear por un cementerio nos ayuda a recordar lo transitorio de nuestra existencia terrenal.
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