Contra la Masturbación, la Santa Comunión

hostias

Por: John A. O’Brien

Otro fruto de la Santa Comunión es la fortaleza que da para resistir la tentación y romper cualquier hábito de pecado adquirido previamente. Hay algunos que piensan que la práctica frecuente de la Santa Comunión debe ser el exclusivo privilegio de almas piadosas que están muy alejadas de los peligros del pecado. Sin embargo, la Sagrada Congregación del Concilio pensó de otra manera, por que en su “Decreto sobre la Santa Comunión Diaria” el Concilio expresamente declara:

“El deseo de Jesucristo y de la Iglesia de que todos los fieles se acerquen al sagrado banquete es dirigido mayormente a este fin: que los fieles, estando unidos a Dios por medio de este Sacramento, puedan así resistir sus pasiones sensuales, limpiarse a sí mismos de las manchas de las faltas diarias y evitar aquellos pecados más graves a los que la fragilidad humana pueden conducir, de manera que su propósito no es que el honor y la reverencia debidas a nuestro Señor sean salvaguardadas, o que el Sacramento sirva como la recompensa concedida a sus receptores. De ahí que el Santo Concilio de Trento llame a la Eucaristía ‘el antídoto por medio del cual somos liberados de faltas diarias y preservados de pecados mortales’.”

Por lo tanto, lo necesitan aquellos que son débiles, y están luchando para romper las ataduras de un hábito pecaminoso. Es el supremo remedio contra la tentación y la más poderosa influencia para liberarlo a uno de una práctica viciosa. No existe hábito, no importa lo fuerte que sean los eslabones en la cadena de su práctica, que pueda resistir por mucho tiempo los golpes de almádana de este sacramento, las ataduras de sensualidad, ira, celos, codicia; todos caen en pedazos ante los golpes devastadores de este divino poder.

Esta verdad es ilustrada por un incidente relatado por san Philip Neri. Como resultado de una larga vida dedicada a ministrar a la juventud de Roma, este santo sacerdote estaba habituado a declarar que la Santa Comunión frecuente no es solo el medio más eficaz de salvaguardar la virtud, sino también el único medio efectivo de romper la cadena de ciertos hábitos de sensualidad.

Un día un joven vino a su confesionario y dijo:

“Padre, estoy atado de pies y manos por la cadena de cierto hábito sensual, el cual he tratado en vano de romper. A pesar de todos mis esfuerzos para reformarme, me encuentro a mí mismo cayendo una y otra vez. Yo haría cualquier cosa para liberarme de esta tiranía mortificante que está haciendo de mi vida un infierno viviente.”

“¿Realmente deseas romper con este hábito?” preguntó San Philip.

“Padre”, respondió el joven “deme cualquier penitencia, y mire si no la cumplo con gusto.”

“Muy bien, entonces”, dijo el sacerdote, “Te daré un remedio infalible. Ve diariamente a la Santa Comunión por un mes. Si eres tan desafortunado para experimentar una sola recaída —que Dios no lo permita— te pido que te apresures inmediatamente a la Confesión, y luego a la Santa Comunión.”

Esto lo hizo el joven. Al final del mes él fue capaz de decir: “Padre, por primera vez en años soy capaz de respirar como un hombre libre. La Santa Comunión Diaria no solo me ha librado de esta práctica, sino que me ha llenado de tanta repulsión por ese vicio que confío en que nunca jamás volveré a caer en esa degradación.”

En la experiencia de aquel joven se refleja toda la Humanidad, moderna y antigua. Tan cierto es esto que cada confesor puede decir a cualquier penitente que se arrastra en el charco de la sensualidad, atado por las cadenas de un acto frecuentemente repetido: “Mi amigo, ¿realmente quieres romper con este hábito? Si lo quieres irás diariamente a la Santa Comunión hasta que hayas roto este hábito. Si no estás dispuesto a hace esto, entonces estás haciendo una burla del propósito de enmienda. Te falta determinación y sinceridad.”

Es hora de que los penitentes se den cuenta que el propósito de enmienda significa más que un mero movimiento de labios. Significa la utilización sincera de un remedio de demostrada efectividad; en resumen, significa recurrir a la Santa Comunión Diaria.

Tomado de el libro “The faith of millions”, del reverento John A. O’Brien.

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