Reflexión de Primer Viernes de Cuaresma
Un evento que nos ha impactado al empezar el año 2010 ha sido el terremoto en Haití.
Una vez más se manifiesta el misterio de la existencia del mal en un mundo creado por un dios bueno. Pero, a pesar de todo, esta ha sido una oportunidad de mostrar la fraternidad y solidaridad cristiana. Ha salido a relucir lo peor y lo mejor de la naturaleza humana, y en medio de todo eso, hay quienes han sabido sacar provecho de lucro, pidiendo donaciones, aumentando el capital disponible de los bancos que reciben el dinero de las donaciones.
Siendo testigos en los medios de comunicación de tanto sufrimiento, debemos aprovechar esta temporada de cuaresma para solidarizarnos con las víctimas de ese desastre natural.
Es fácil, en medio de la relativa comodidad en que estamos, quejarnos de los efectos de la crisis económica del año pasado, pero aunque lo comprendamos intelectualmente, nos cuenta darnos cuenta en un sentido profundo de lo dura que ha sido la situación en Haití, y que a la par de esos sufrimientos nuestras quejas resultan triviales.
Es necesario practicar alguna forma de sacrificio, como lo recomienda la Iglesia para esta época de Cuaresma, para salir de esa zona de comodidad a la que nos hemos acostumbrado; para probar algo de sufrimiento, y solidarizarnos espiritualmente con las víctimas de ese terremoto, ofreciendo nuestras oraciones de una manera más sentida.
Si sufrimos alguna contrariedad no nos quejemos, y ofrezcamos todo dolor a Cristo, a través de su Madre María, como un sacrificio grato en su honor, para que logremos pasar del sufrimiento a la paz. Digámosle a Cristo: «Acepto mi situación actual tal cual es, y te doy gracias». Y recordemos los indecibles sufrimientos de Cristo en la cruz, y pensemos que en comparación con ese sufrimiento moral nuestros problemas son una pequeñez no digna de la atención que le damos.