Y empezaron todos a hablar en lenguas…
Fue un domingo en la tarde, el Día de la Madre de 1981, y un joven al que John Wimber había invitado a predicar dio su testimonio. Al fin de su mensaje el orador huésped invitó a los menores de veinticinco años de edad a venir al frente:
Ninguno de nosotros tenía una idea de lo que iba a pasar después. Cuando vinieron al frente el orador dijo: “Ya hace años que el Espíritu Santo está contristando a la iglesia, pero ya lo está superando. Ven, Espíritu Santo.”
Y él vino.
La mayoría de esos jóvenes habían crecido alrededor de nuestro hogar y los conocíamos bien, nosotros teníamos cuatro hijos entre las edades de dieciocho y veinticuatro años. Un individuo, Tim, empezó a saltar. Sus brazos se movían con rapidez y él se cayó, pero una de sus manos golpeó accidentalmente el pedestal de un micrófono y lo arrastró en su caída. Él estaba enredado en el cable, con el micrófono cercano a su boca. Entonces empezó a hablar en lenguas, de modo que el sonido se escuchó por todo el gimnasio (para entonces nos estábamos reuniendo en una escuela de enseñanza superior). Nunca nos habíamos considerado carismáticos y ciertamente nunca habíamos hecho hincapié en el don de lenguas. Habíamos visto antes a unas cuantas personas temblar y caerse, y habíamos visto muchas sanidades, pero esto era diferente. La mayoría de la gente joven estaba sacudiéndose y cayéndose. En un momento dado parecía la escena de un campo de batalla: cuerpos por todas partes, personas llorando, gimiendo y hablando en lenguas, muchos gritando y comportándose ruidosamente. Y allí estaba Tim en medio de todo, balbuceando en el micrófono.